jueves, 12 de julio de 2012

CONFLICTO DRAMÁTICO ENTRE “A y B”


Lo cierto es que dentro de esta línea de trabajo se me ocurren varios ejercicios.  Pero, como no pierdo de vista que lo que aquí nos interesa es buscar nuevos métodos que favorezcan concretamente la enseñanza de lengua y literatura en el aula, me limitaré a escoger uno solo entre todos ellos.

Si volvemos sobre el proyecto LOVA y recordamos las dos actividades que las profesoras Mª José García Gómez y Beatriz López López nos plantearon al aire libre, estaremos de acuerdo en que ambas estaban estupendamente diseñadas a la hora de estimular física, emocional e intelectualmente a los alumnos más jóvenes.

A los chicos de secundaria, sin embargo, tendríamos que exigirles, dentro de este mismo campo experimental, otro tipo de retos y otro tipo de resultados. Por ello, el ejercicio que me dispongo a compartir con vosotros se encuentra destinado a estudiantes de edades comprendidas entre los 14 y los 16 años.

Durante la ponencia de hoy, el profesor Manuel Martí Sánchez comentó algo muy interesante. Dijo que los alumnos necesitan aprender a puntuar y a entonar, o –lo que es lo mismo– a comprender lo que están diciendo y lo que están leyendo. Efectivamente, si no somos sensibles a los matices del léxico, si no entendemos el sentido gramatical de una frase, la comunicación es imposible. Compartir es imposible.

¿Y qué hace un individuo aislado?

Sin duda alguna, hay que generar conciencia sobre este hecho y convencer al educando del poder incalculable que poseen las palabras. Es aquí donde creo que las herramientas actorales pueden jugar un papel fundamental y donde el teatro deja de ser una mera disciplina artística para convertirse también en una disciplina académica.

El funcionamiento de nuestro ejercicio es el siguiente:

Para empezar, nos hacemos con un texto dialogado breve entre dos personajes, A y B (no necesitamos nombres ni los queremos tampoco). El texto dialogado –con no más de 10 intervenciones– debe encontrarse descontextualizado y desprovisto además de signos de puntuación, de tal forma que su significado sea ambiguo y susceptible a variaciones semánticas según las interpretaciones de cada alumno.

Los alumnos se agruparán por parejas, buscando siempre que se den todas las combinaciones posibles para favorecer así la diversidad de contextos (chico/chica; chica/chica; chico/chico). En una segunda fase, los alumnos deberán memorizar el texto y llenarlo de sentido. Cada pareja por separado, y sin comentarlo con el resto de compañeros, debe decidir cuál de los dos personajes es el protagonista, cómo es este personaje, qué quiere, por qué lo quiere; cuál de los dos personajes es el antagonista, cómo este personaje, por qué se empeña en entorpecer los planes del protagonista; a qué cultura pertenecen; dónde se encuentran en el momento de la conversación; de dónde vienen; qué relación existe entre ellos… 

Finalmente, los alumnos deben escenificar el texto o realizar por lo menos una lectura dramatizada del mismo,  reflexionando luego sobre cómo han puntuado sus textos y qué significados han adquirido sus parlamentos gracias a este sistema de puntuación. Si el texto se elige bien, las posibilidades son infinitas.

El actor-personaje se juega la vida en cada intervención, ninguna palabra es gratuita, como tampoco son gratuitas las palabras de un profesor. Quizá los alumnos también comprendan de esta forma lo que supone para el profesor salir cada día a la palestra para convencer por medio de la palabra. Para mí no existen diferencias entre músicos, actores, escritores, pintores, bailarines o profesores, pues todos compartimos el deseo de transmitir, la necesidad de ser entendidos y la responsabilidad de ser escuchados. Sin embargo, estoy  persuadida de que ninguna «interpretación» exige de forma más rotunda que se cumplan todos y cada uno de los objetivos enunciados como el «acto» de dar clases, aunque nadie aplauda al final de la representación. 

Mª Fernanda Iwasaki para InnovaLenLit

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